top of page

Las mujeres comen

Hace poco me crucé con un video de una entrevista a Lady Gaga en una alfombra roja y me dio gracia que el video comenzaba con ella diciendo “las mujeres comen” (https://www.youtube.com/shorts/6Ft6qW1qmKM). Primero pensé en la obviedad de la declaración pero luego me di cuenta que realmente es una declaración provocadora. Por alguna razón, o por muchas razones, en este mundo loco se espera que las mujeres no coman.


Es normal ver una mujer sentada en alguna mesa en algún lugar diciendo “No gracias, no tengo hambre.” Yo sin dudas lo hice. Sobre todo cuando salía con un chico que apenas estaba conociendo me sentía incómoda comiendo enfrente de él. ¿Qué mensajes tenía en mi cabeza para salir a comer para no comer? Seguramente los mismos que llevaron a que Lady Gaga sintiera que tiene que decirle al mundo algo tan obvio como que las mujeres comen. También es normal que una vez que las mujeres se convierten en mamás su comida pasa a ser las sobras de sus hijos. Llevar la mayor parte de la carga del trabajo más difícil del mundo parece no ser razón suficiente para merecer un plato de comida propio. Otra escena común es mujeres comiendo en la cocina alejadas del resto de las personas en la casa como comiendo a escondidas.


Sin dudas estos comportamientos tan antinaturales y que serían impensables en los hombres tienen por detrás el mandato de la flacura (https://www.ellaxella.net/post/creciendo-mirando-revistas-por-horas-y-horas), pero además tienen algo igual o más nocivo para las mujeres, y es que nuestro principal valor se encuentra en nuestra apariencia física y en ser consideradas bellas. Y ser bellas, entre otros factores incluye ser flacas. Por supuesto se nos aprecia cualquier otra virtud pero siempre y cuando primero y ante todo nos veamos bien. Y esto a su vez, encadena otro problema tan grande como los anteriores y es que verse bella o verse bien está totalmente asociado a verse jóven. Y verse jóven está totalmente fuera de nuestras manos, porque la única forma de no envejecer es no vivir.


Haber engordado tanto y tan de golpe en mi adolescencia sin dudas dejó una marca en mí para siempre y un miedo permanente a que vuelva a pasar, pero siento que de todas las exigencias que tenemos las mujeres esta es la que menos me ha robado tiempo. Con los años me di cuenta que mi ideal de cuerpo perfecto no se parece al que veía de niña como el aspiracional, que era un cuerpo super flaco. Si el genio de Aladín me concediera elegir tener el cuerpo que quiera seguramente sería un cuerpo mucho más atlético. Y si bien cuando era más jóven hubiera contestado que ojalá fuera flaquísima, creo que en mi interior no me sentía tan mal con cómo me veía, simplemente estaba condicionada por no ver otra cosa en la tele y las revistas.


Ahora, cuando hablamos de belleza no me puedo acordar cuando fue la primera vez que me di cuenta que era algo importante. Yo creo que nací sabiéndolo. Recuerdo perfectamente los comentarios de adultos en los distintos eventos familiares del tipo “que linda, que preciosa niña.” Si era cierto o no, quién sabe, pero al parecer era lo único que tenían para decir de mi. Me pregunto qué dirían cuando veían a mis hermanos, seguramente no era lo mismo.


También recuerdo que a partir de los 10 años ya era todo un tema en el colegio quienes eran las niñas que se consideraban más bellas, y a partir de los 12 ya habían listas que circulaban en un cuaderno no solo con los nombres de las chicas sino con las partes de sus cuerpos más atractivas. Estos eran cuadernos donde los chicos llenaban una hoja escribiendo la lista de chicas que les parecían más bellas y además contestaban específicamente que era lo que consideraban más atractivo de cada una. ¿Así o más enfermo? Por supuesto yo estaba totalmente pendiente de leer que decían esas listas y que chico específicamente había escrito qué.


Hoy se me hace impensable que un hombre tenga el derecho a opinar y calificar qué es lo que le gusta o no le gusta de mi cuerpo, pero los certámenes de belleza siguen existiendo, o ¿no?


Sin saberlo, seguramente fue la primera vez que mis amigas y yo fuimos víctimas de la cosificación de la mujer, siendo esta cuando las mujeres no son tratadas como seres humanos sino tratadas como un cuerpo o una colección de partes del cuerpo que existe para hacer a otras personas felices.


Al día de hoy no hay espejo por el que pase que no mire mi reflejo, más de reojo o más detenidamente pero siempre miro como ese espejo me refleja. Y es una costumbre que siento nació conmigo, en cada espejo, cada vidrio de cada edificio, de cada tienda, cualquier objeto que logre reflejarme ahí estaré mirándome.


El problema con este hábito es que siempre se enfoca en lo negativo, en lo que no tenemos, en lo que nos falta, en lo que no somos, en lo que nos sobra. Y como todo hábito bien arraigado es todo un desafío deshacerse de él, aún cuando ya tenemos conciencia de lo negativo que es.


Mirando en retrospectiva pienso que ese reflejo en mi niñez y en mi juventud se veía fabuloso. ¿Qué no hay de fabuloso en ser jóven, sano y lleno de energía? El problema es que aún estando en la etapa de la vida más venerada nos hacen creer que todo está mal con nosotras. Y peor aún, nos hacen creer que no existe nada más luego de esa etapa de la vida cuando la única opción de que no pasemos a la siguiente sea algo que nadie quiere. Entonces, ser jóven es lo mejor pero si pudiéramos nos cambiaríamos de pies a cabeza para luego darnos cuenta que ya dejamos de ser jóvenes y que daríamos cualquier cosa para volver a ser como eramos antes sin cambiarnos nada.


Aún para los contados casos donde las mujeres se aceptan como son o las que son consideradas que cumplen los estándares de belleza, el tiempo pasa para todos y algún día ese espejo ya no reflejará esa cara y ese cuerpo que irracionalmente creíste que ibas a mantener inmortalizado, vas a envejecer y ya no te vas a ver como estabas acostumbrada y lo vas a recordar las mil veces al día que pases frente a un espejo y no puedas contener mirarte.


No conforme con vivir encarcelada ante el dogma de que una parte muy importante de tu valor, sino la más importante, es algo que no tienes ninguna forma de controlar, tal vez puedas retrasar o ajustar, pero no controlar, está el hecho que esa percepción se puede trasladar a otros aspectos de tu vida que no tienen nada que ver con la apariencia, como en el trabajo.


En el 2010 se reconoció el término Edadismo como la discriminación a las personas basada en la edad. Sin importar la edad de las personas todas tienen prejuicios con respecto a la edad. Muchos que son falsos como que la felicidad, la satisfacción con la vida y la salud mental disminuyen con la edad. Y estos estereotipos son peligrosos porque existen estudios que prueban que las personas que tienen sentimientos negativos hacia envejecer terminan teniendo peor salud física, cognitiva y mental. Parece que estamos generando una profecía autocumplida.


Cambiar nuestros prejuicios sobre envejecer y mirar esta etapa de forma más positiva parece crucial para poder disfrutar esta etapa de nuestra vida en plenitud. Sin embargo, resulta muy difícil lograrlo cuando parece que la vida se acaba luego de la juventud. No logramos ni pensar como será nuestra vida cuando seamos adultos mayores porque no logramos ni siquiera visualizar la etapa inmediata posterior a dejar de ser jóvenes.


Alargamos la vida hasta los 80 años para seguir viviendo como si se acabara a los 40. Parece que duplicar nuestra esperanza de vida solo sirvió para que esos años ganados los visualicemos como muertos en vida en vez de como el regalo que es.


Como no podía ser de otra manera, el edadismo afecta más a las mujeres que a los hombres. Dijo Carrie Fisher, la actriz que interpretó a la Princesa Leia en Star Wars, “los hombres no envejecen mejor que las mujeres, simplemente tienen permiso para envejecer.” Este tipo de sesgo hacia las mujeres afecta su seguridad laboral y su futuro financiero en la medida que las mujeres son percibidas como menos valiosas, menos competentes y más irrelevantes en la medida que envejecen. Como dice Renee Engeln, autora del libro Beauty Sick, no importa que tan buena sea una mujer en su trabajo, vamos a hablar de como se ve y a demandarle más en términos de su apariencia de lo que le demandaríamos a un hombre haciendo el mismo trabajo.


Aunque no aprendí este término hasta hace poco, creo que intuitivamente siempre lo tuve internalizado. Mi primera profesión fue ser profesora de inglés. Después de estudiar 2 años comencé a dar clases, hasta que terminé siendo maestra de inglés de pre-escolar en un colegio cerca de mi casa. Si bien me encantaba dar clases y creo que era bastante buena con los niños, sabía perfectamente que era algo pasajero. No lo sabía en ese momento pero resulta que soy una generalista o una persona con múltiples pasiones como le dicen a veces. Pero además de tener muchos intereses, recuerdo perfectamente pensar y también decir “no me imagino siendo maestra de niños siendo vieja”. Vale aclarar que la palabra “vieja” probablemente significaba +35 años. Un tiempo más tarde comencé a dar clases para adultos, normalmente gerentes y directores de empresas bastante más grandes que yo, y seguía pensando lo mismo. Por alguna razón tenía internalizado que dar clases era algo de gente jóven. No me parecía cool estar frente a una clase ya siendo una adulta.


Hoy a mis más de 40 años, quiero volver a dar clases. Creo que era buena haciéndolo y que es una gran parte de quien soy en realidad. Esa persona que conecta con otros con el objetivo de transmitirles algo de lo que sabe aunque tiene claro que la primera en aprender es ella misma.


¡Qué poderosos son esos mensajes que internalizamos desde chicas que pueden hacer que cambiemos hasta de profesión! Yo creo que las mujeres nos damos cuenta de la importancia de la belleza desde tan chicas entre otras cosas porque de un modo intuitivo nos damos cuenta que la belleza es poder. Poder de llamar la atención, de que nos escuchen, nos busquen, nos admiren, incluso poder económico. Pero como también menciona la autora en el libro Beauty Sick el poder de la belleza descansa sobre un suelo inestable. Su poder solo existe si otros lo reconocen, no es realmente un poder propio, sino que siempre hay otra persona que está a cargo. Y además es un poder con una fecha de expiración muy estricta.


Cuando no pensamos en la vida luego de la juventud una de las cosas que tampoco pensamos es que ese poder que descubrimos desde tan chicas se va a terminar, es un poder efímero y basar nuestro valor en él es muy peligroso.


Además, deja una herencia que luego ya es casi imposible de renunciar, la autocosificación. Cuando los demás dejen de mirarte, quedarás tú mirándote obsesivamente por el resto de tu vida, incluso cuando no estés frente a un espejo.


Uno de los regalos que me dejó la pandemia, fue el trabajo remoto. Si bien pasar tantas horas en zoom fue agotador, en mi equipo solo encendíamos las cámaras para sesiones de esparcimiento. Aunque los mensajes de que tener las cámaras encendidas era crucial para la efectividad de los equipos, había algo en mi que me decía que no era lo mejor para la salud mental de nadie. Al día de hoy sigo con la misma práctica, y creo que nunca he sido tan efectiva. Creo que ir a la oficina y trabajar presencialmente es muy bueno algunos días pero no todos los días y esto en parte es porque al menos para las mujeres, nuestras mentes están focalizadas en hacer y no en cómo nos vemos o cómo nos ven los demás. “¿Me queda bien este vestido?”, “creo que debería haber elegido otro”, “me queda medio justo”, “creo que se me están viendo demasiado las piernas cuando me siento”, “¿cómo tendré el maquillaje?”, “¿me estará ocultando bien el acné que me salió ayer?” y un largo, muy largo etcétera.


Idealmente las personas deberíamos trabajar en nuestros sesgos y alejarnos de la cosificación de las mujeres y autocosificación, pero mientras eso ocurre, como mujeres es importante que veamos como podemos ir alejándonos del espejo real e imaginario y separar nuestro valor de nuestra juventud y belleza.


No creo que como mujeres debamos rechazar cualquier actividad relacionada con la belleza como ir a la peluquería, el dermatólogo, la tienda de maquillaje o comprarnos ropa. Tampoco estoy diciendo que no disfrutemos de la atención que tenemos cuando somos jóvenes. El tema y lo difícil es poder separar cuando realizamos estas actividades porque queremos o porque nos sentimos obligadas.


Crecí en un país y en una época donde las mujeres jóvenes no nos maquillábamos en la vida diaria. El look de las mujeres era totalmente natural. Creciendo sin tutoriales de maquillaje en internet, a mis 30 años fui a mi primer y único curso de maquillaje con mis 2 mejores amigas. La pasamos bomba. Pude más o menos aplicar lo que aprendí en los casamientos que tenía y cuando entré a trabajar en el mundo corporativo. Recuerdo que si bien disfrutaba de tener una “excusa” para producirme un poco, no quería que la gente se acostumbrara a verme con maquillaje y un día me vieran al natural y casi no me reconocieran.


Creo que en cierta medida era una forma de autoprotegerme. Por un lado, disfrutaba de vestirme con ropa más linda y maquillarme un poco más seguido pero por otro, no quería ser esclava de eso, que se volviera una obligación, que dejara de ser divertido para mi y que se convirtiera en algo para los demás.


Y esa disyuntiva me acompaña hasta el día de hoy. ¿Cuánto de lo que nos arreglamos es para nosotras y cuánto es para los demás? ¿Cuánto es por diversión y cuánto es por sentir una obligación? ¿Cuánto tiempo invertido en arreglarse es demasiado tiempo? Y, ¿cuánto dinero invertido es demasiado dinero?


No tengo la respuesta, ahora que trabajo desde casa la mayor parte del tiempo parecería que 1 o 2 veces por semana está perfecto para mi, pero esto no es algo que todas las mujeres tienen el privilegio de poder hacer y tampoco quiere decir que vaya a ser algo que yo pueda hacer de forma permanente.


Poder descifrar qué hacemos por nosotras y qué estamos haciendo por los demás no es algo sencillo pero creo que un primer paso es el simple hecho de decirnos a nosotras mismas (si es en voz alta mejor) que nuestro cuerpo no es para consumo de otras personas, que nuestro valor no está en un cuerpo ni en una edad y que aún cuando tengamos lo que se considera valioso en la sociedad, esto es efímero y se va a terminar.


Confieso que yo soy esa persona que ha pasado demasiadas horas hablando de mi cuerpo y del de los demás, mujeres obviamente. Hoy, procuro no hablar del cuerpo de ninguna otra persona pero todavía me quejo muchísimo del mío con mis amigas.


Otra acción que podemos llevar a cabo es intentar consumir lo menos posible imágenes de esas mujeres espectaculares que existen de forma mínima en la vida real. Dice Tony Robbins que no experimentamos la vida, sino la vida en la que nos enfocamos. Entonces tenemos la oportunidad de controlar hasta cierto punto a qué personas seguimos y que tipo de contenido consumimos y también qué contenido le pedimos al algoritmo que no queremos consumir.


Todos sabemos que el pasto del vecino siempre se ve más verde. Y también sabemos a un nivel intuitivo que compararnos nos hace sentir mal. No es de extrañar que ver todo el tiempo mujeres espectaculares es una forma de recordarnos que no estamos a la altura y por lo tanto, sentirnos mal. También en el libro Beauty Myth la autora dice que los indicadores de belleza de hoy son los mismos que nuestros ancestros asociaban con salud y fertilidad y estos son, juventud, simetría, una piel sana y un cuerpo con curvas. Lo interesante es que también dice que por millones de años, ningún humano veía ni siquiera una cara con la belleza que hoy en día vemos por todo lados. Y que así como evolucionamos a reconocer la belleza, no evolucionamos para ver tanta belleza todo el tiempo. En otras palabras, este exceso de imágenes de mujeres bellas es demasiado para nuestro cerebro que no está preparado para asimilarlas.


En mi casa, tengo muchas paredes vacías, la forma más fácil y económica de llenar esas paredes es con espejos y si bien, tengo más de uno, creo que verse menos al espejo es otra forma de limitar esta comparación entre lo que nos muestra el espejo y lo que nos muestra nuestro teléfono celular.


Tengo la suerte de tener un espacio para trabajar dentro de mi casa que construí en la pandemia. Comenzó con un escritorio para trabajar y siguió con otro de lo que trabajas parado que uso para escribir, un pizarrón, una planta, libros, muchos post-its, agendas, cuadernos, marcadores, snacks, vitaminas, audífonos y un montón de otras cosas. Entre semana paso casi todo mi tiempo ahí, salvo las chequeadas a ver en qué andan mis hijos y para la comida. Nada de lo que está en ese cuarto tiene que ver con belleza y todo que ver con mi trabajo y crecimiento personal.


Tal vez no podamos controlar, por ahora, lo que el mundo espera y valora de nosotras pero podemos empezar a controlar nuestra propia narrativa y comenzar a dar pequeños pasos a una vida diferente.


Creo que creer que solo por entrar en consciencia es suficiente para dejar de cargar el peso de las expectativas del mundo sobre nosotras es inocente. Lamentablemente es algo que tenemos tan adentro nuestro que se necesita más, por eso es importante comenzar con estas pequeñas acciones que nos separen del espejo y nos acerquen a una vida más productiva.


La vida de las mujeres ya es suficientemente complicada dentro del ámbito familiar y laboral para además sumarnos más preocupaciones y aún menos tiempo del que ya de por si tenemos.


Quién sabe si un día el mundo al darse cuenta que ya no respondemos a sus exigencias sino a nuestras propias necesidades decide dejar de exigirnos.




2 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo
Publicar: Blog2_Post
bottom of page